miércoles, 28 de agosto de 2013

Siluetas

Algo que escribí despues de ver la serie de fotos bien de familia: http://www.mariajosedamico.com.ar/personal/index.html

Siluetas
Marcos Buccellato (2011)


“¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?”

 J.L. Borges ‘Ausencia’


“Como el Dios de los místicos,
de Quien deben negarse todos los predicados,
el muerto ubicuamente ajeno
no es sino la perdición y ausencia del mundo.”
J.L. Borges ’Remordimiento por Cualquier Muerte”



Entre abrí los ojos y mire por la ventana del tren.  Hacia frio y era muy temprano, al menos para mí , acostumbrado a pasar noches de desvelo a veces en solitario y otras anestesiado por alguna actividad insignificante en algún lugar ruidoso. Era un lunes de agosto y yo estaba viajando en un tren semivacío, hacía ya un rato que había dejado la ciudad atrás y veía pasar vagones cargados de gente en el sentido contrario. Me sentí raro, como si por alguna razón estuviera yendo en la dirección equivocada, lejos del resto, alejándome de la sociedad.  Pero había tomado este tren con un propósito, hacerle un favor a un amigo con muchas más ocupaciones que yo.  Juan hacia poco había perdido a su abuela y, como pasa en muchos casos, había recibido algunas propiedades como herencia. El era un hombre ocupado, siempre trabajando y corriendo de un lado al otro, tenía una familia y muchas obligaciones, siempre estresado y con poco tiempo para nada, por esta razón pidió mi ayuda. Yo había tenido la suerte de heredar una modesta fortuna desde muy joven, nada muy espectacular, pero lo suficiente como para no tener que vivir atado a obligaciones  materiales, por otro lado, como tampoco  me gustaba demasiado el compromiso, mis intentos de formar una familia tradicional habían fracasado,  por o cual disponía  de bastante tiempo libre. El problema de Juan era que parte de su herencia consistía en una vieja propiedad abandonada  que estaba lejos de la ciudad y el no tenía tiempo de alejarse de su vida cotidiana para ver de qué se trataba o, quizás, le daba un poco de temor romper su rutina diaria. Sabía que no era nada muy valioso, sino probablemente su instinto material lo hubiera hecho correr a verla. Como nos conocíamos hacia años y él me tenía confianza, me pidió si podía ir a revisarla y decirle si había algo de valor en la misma. El había pensado en venderla directamente sin siquiera visitarla, estaba seguro que no había nada interesante, pero siempre estaba la posibilidad de encontrar algo. Yo acepte sin mayor inconveniente, más allá de tener que madrugar un poco, me resultaba entretenido hacer algo distinto.


El viaje era largo y había que salir temprano porque las llaves de la propiedad las tenía un viejo amigo de la familia que solo se encontraba por la mañana o por la tarde y yo prefería terminar con el trámite rápido y volver temprano.  Lamentablemente, y debido a mi falta de costumbre, “temprano” no era para mí lo mismo que para el resto de la gente, así que no llegue a tiempo y el hombre al que buscaba ya se había ido.  Su esposa, muy amablemente, me informo que el regresaba  a eso de las seis de la tarde. Pensé en volverme. Pero ya estaba ahí y el viaje me había resultado cansador, así que la sola idea de tener que volver otro día me molestaba bastante. Decidí quedarme y pasear un rato. Era la primera vez que me alejaba tanto de la ciudad para visitar un lugar tan intrascendente,  por lo general, si debía alejarme, era porque había algo de interés para mí,  algo que ver o que hacer. Ya era el mediodía así que busque un lugar para almorzar, me tome mi tiempo para disfrutar de una gratificante comida.  Hacia la tarde decidí recorrer las calles del pueblo. Nada digno de mención, una plaza central, una iglesia pretenciosa y no muy bella, algunos edificios más antiguos cuidados con esmero, pero por lo general, una pobre arquitectura de casas  bajas y cuadradas.  El paseo fue un poco aburrido pero sirvió para matar el tiempo, aunque a esa altura ya estaba un poco cansado. Cuando llegaron las cinco y media de la tarde, encare mi rumbo hacia la casa de este hombre. Se llamaba Enrique, era un empleado municipal que había sido amigo de la infancia de un tío de Juan,  un hombre agradable.  El me conto que la propiedad en cuestión había estado abandonada los últimos cuarenta años.  Allí habían vivido los abuelos de Juan en su juventud, luego se mudaron a la ciudad, pero por temas afectivos, nunca habían querido vender la. Me dijo que estaba bastante descuidada y que realmente no quedaba nada de valor, lo que no se llevaron al mudarse, fue saqueado con el tiempo. De todas maneras a esta altura no iba a dejar de verla, al menos para justificar mi viaje.
                La casa quedaba a unas cuadras de distancia hacia los límites del pueblo, como era invierno, a esa hora el sol ya estaba bastante bajo, las sombras se alargaban y todo tomaba un color rojizo, sin embargo todavía quedaban un par de horas de luz. Llegue a la entrada de la propiedad. Era una casa estilo americana bastante venida a menos. Se notaba que en su tiempo alguien le había dedicado esfuerzo y cariño ya que todavía podían distinguirse los restos de un cartel tallado a mano, aunque el nombre ya era ilegible, y también  los restos de  canteros  ahora desbordados por la maleza. Las paredes estaban pintadas  de lo que alguna vez fue blanco adornadas con manchas de humedad que brotaban desde los cimientos como raíces de un árbol viejo y grietas que se abrían como ramas desde las que asomaba alguno que otro helecho seco.  Quizás haya sido el frio de agosto, o la luz de un sol sin fuerza o el hecho de que me encontraba lejos de cualquier cosa familiar, pero toda la imagen me resultaba ligeramente perturbadora. Era como si estuviese visitando un sepulcro olvidado en un cementerio solitario.
 Avancé a través del jardín frontal hacia la pequeña galería de entrada, esquivando en el camino pedazos de botellas de vino rotas y los restos de lo que parecían ser juguetes viejos. Una extraña mezcla que el azar y el tiempo permitían coexistir en armonía evocando, en un instante y simultáneamente, la historia de quienes pasaron y dejaron su marca en el lugar. Al llegar a la puerta me asomé a una habitación pequeña y bien iluminada. La luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas, ya sin cristales ni persianas,  y proyectaba sombras tenues sobre las paredes recubiertas con un papel tapiz amarillento y desgajado.  Por un momento pude percibir, a través de la distancia  que crea el tiempo, la calidez que de debió sentir un visitante al entrar por primera vez a este lugar. El color que los años habían impuesto sobre los muros tapizados y el tinte que le agregaban los rayos de sol, hacía pensar en esas viejas fotos que uno ve en museos y libros de historia creando una atmosfera de distante y onírica irrealidad. Me sentí como en un portal entre dos mundos superpuestos que habitaban el mismo espacio, uno que se desvanecía lentamente en un irremediable y melancólico espiral descendente y otro que persistía, intangible y siempre presente, esperando ser percibido y recreado en el alma de quien lo contempla.  Un mundo diferente para cada visitante construido a través de las imágenes, recuerdos, sensaciones, pasiones, carencias y vivencias del espectador, un universo que toma una forma única y personal..
Caminé sobre el suelo de granito cubierto de polvo y escombros con una ansiedad creciente. No entendía muy bien porque, realmente, no había razón alguna para estar nervioso. Pensé que podía ser  el frio, o la soledad y el silencio, o la penumbra que se adueñaba del lugar, o quizás algún  miedo infantil a lo desconocido; Pero en el fondo yo sentía que había algo mas, algo a lo que todavía no le podía poner nombre, sin embargo estaba presente y con cada paso se hacía más fuerte.   Cruce sin darme cuenta por la habitación  hacia  lo que parecía ser una cocina, donde todavía se veían los restos de vajilla esparcidos entre el polvo y las piedras. No había mucha luz.  Deambulé torpemente por el recinto hasta que puede ver  una abertura que daba a un pasillo oscuro.  A esta altura el sol ya se había ocultado detrás del horizonte  y solo quedaban los  últimos reflejos que dan paso al anochecer.  Me asomé en la oscuridad y a la distancia pude ver una gota de luz que escapaba por una rendija. Caminaba temeroso y confundido, como si estuviese iniciando un viaje sin retorno, o cruzando por un lugar prohibido. Me sentí estúpido, pero no podía dejar de apretar los puños con fuerza. Choqué con lo que parecía ser una puerta de madera,  podía sentir el sudor frio en la palma de mis manos, mi corazón estaba acelerado y mi cabeza ofuscada.  Empuje hacia adelante y un crujido que invadió el sepulcral silencio en que estaba inmerso, detuvo mis latidos por un instante. Apreté mis parpados y trate de no pensar.
Abrí los ojos y por un momento suspire aliviado. Era otra habitación vacía. Sin embargo, había una pequeña diferencia, casi imperceptible, pero devastadora.  En una de las paredes tapizadas habían quedado grabadas por el hollín, las siluetas de los muebles que alguna vez reposaron sobre la misma.  Esto no cambiaba el hecho de que la habitación estuviese vacía,  pero estos contornos anunciaban, como espectros del pasado, que algo estaba ausente.  Y esa ausencia, ese vacío, era aterrador.  Esas siluetas, se presentaban como la forma material del vacío, como la representación concreta de la ausencia, aquello que no es, pero que es, ya que no escapa al ojo del alma. Esta inesperada revelación, produjo lo que todo descubrimiento nuevo produce, la capacidad de hacer visible lo invisible,  y de esta forma,  pude ver la infinidad de siluetas que  había cruzado en mi camino desde el comienzo hasta llegar a donde estaba. Descubrir es percibir diferente, y una vez que esto ocurre, ya no hay vuelta atrás. Finalmente entendí el miedo y la angustia sin nombre que sentí al entrar a esa casa vacía.
Me aleje sin revisar el resto de las habitaciones y sin mirar atrás. Mientras viajaba en el tren  de regreso, sonó el teléfono. Atendí por reflejo;  - Hola, soy Juan ¿Encontraste algo en la casa?  Dude por un instante, pero entendí a que se refería  - No, no encontré nada.


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