Algo que escribí despues de ver la serie de fotos bien de familia: http://www.mariajosedamico.com.ar/personal/index.html
Siluetas
Marcos Buccellato (2011)
“¿En qué hondonada
esconderé mi alma
para que no vea tu
ausencia
que como un sol terrible,
sin ocaso,
brilla definitiva y
despiadada?”
J.L.
Borges ‘Ausencia’
“Como el Dios de los
místicos,
de Quien deben negarse
todos los predicados,
el muerto ubicuamente
ajeno
no es sino la perdición y ausencia del mundo.”
J.L. Borges ’Remordimiento
por Cualquier Muerte”
Entre
abrí los ojos y mire por la ventana del tren.
Hacia frio y era muy temprano, al menos para mí , acostumbrado a pasar
noches de desvelo a veces en solitario y otras anestesiado por alguna actividad
insignificante en algún lugar ruidoso. Era un lunes de agosto y yo estaba
viajando en un tren semivacío, hacía ya un rato que había dejado la ciudad
atrás y veía pasar vagones cargados de gente en el sentido contrario. Me sentí
raro, como si por alguna razón estuviera yendo en la dirección equivocada,
lejos del resto, alejándome de la sociedad.
Pero había tomado este tren con un propósito, hacerle un favor a un
amigo con muchas más ocupaciones que yo.
Juan hacia poco había perdido a su abuela y, como pasa en muchos casos,
había recibido algunas propiedades como herencia. El era un hombre ocupado,
siempre trabajando y corriendo de un lado al otro, tenía una familia y muchas
obligaciones, siempre estresado y con poco tiempo para nada, por esta razón pidió
mi ayuda. Yo había tenido la suerte de heredar una modesta fortuna desde muy
joven, nada muy espectacular, pero lo suficiente como para no tener que vivir
atado a obligaciones materiales, por
otro lado, como tampoco me gustaba
demasiado el compromiso, mis intentos de formar una familia tradicional habían
fracasado, por o cual disponía de bastante tiempo libre. El problema de Juan
era que parte de su herencia consistía en una vieja propiedad abandonada que estaba lejos de la ciudad y el no tenía
tiempo de alejarse de su vida cotidiana para ver de qué se trataba o, quizás,
le daba un poco de temor romper su rutina diaria. Sabía que no era nada muy
valioso, sino probablemente su instinto material lo hubiera hecho correr a
verla. Como nos conocíamos hacia años y él me tenía confianza, me pidió si
podía ir a revisarla y decirle si había algo de valor en la misma. El había
pensado en venderla directamente sin siquiera visitarla, estaba seguro que no
había nada interesante, pero siempre estaba la posibilidad de encontrar algo.
Yo acepte sin mayor inconveniente, más allá de tener que madrugar un poco, me
resultaba entretenido hacer algo distinto.
El
viaje era largo y había que salir temprano porque las llaves de la propiedad
las tenía un viejo amigo de la familia que solo se encontraba por la mañana o
por la tarde y yo prefería terminar con el trámite rápido y volver temprano. Lamentablemente, y debido a mi falta de
costumbre, “temprano” no era para mí lo mismo que para el resto de la gente,
así que no llegue a tiempo y el hombre al que buscaba ya se había ido. Su esposa, muy amablemente, me informo que el
regresaba a eso de las seis de la tarde.
Pensé en volverme. Pero ya estaba ahí y el viaje me había resultado cansador,
así que la sola idea de tener que volver otro día me molestaba bastante. Decidí
quedarme y pasear un rato. Era la primera vez que me alejaba tanto de la ciudad
para visitar un lugar tan intrascendente,
por lo general, si debía alejarme, era porque había algo de interés para
mí, algo que ver o que hacer. Ya era el
mediodía así que busque un lugar para almorzar, me tome mi tiempo para
disfrutar de una gratificante comida.
Hacia la tarde decidí recorrer las calles del pueblo. Nada digno de
mención, una plaza central, una iglesia pretenciosa y no muy bella, algunos
edificios más antiguos cuidados con esmero, pero por lo general, una pobre
arquitectura de casas bajas y
cuadradas. El paseo fue un poco aburrido
pero sirvió para matar el tiempo, aunque a esa altura ya estaba un poco
cansado. Cuando llegaron las cinco y media de la tarde, encare mi rumbo hacia
la casa de este hombre. Se llamaba Enrique, era un empleado municipal que había
sido amigo de la infancia de un tío de Juan,
un hombre agradable. El me conto
que la propiedad en cuestión había estado abandonada los últimos cuarenta años. Allí habían vivido los abuelos de Juan en su
juventud, luego se mudaron a la ciudad, pero por temas afectivos, nunca habían
querido vender la. Me dijo que estaba bastante descuidada y que realmente no
quedaba nada de valor, lo que no se llevaron al mudarse, fue saqueado con el
tiempo. De todas maneras a esta altura no iba a dejar de verla, al menos para
justificar mi viaje.
La
casa quedaba a unas cuadras de distancia hacia los límites del pueblo, como era
invierno, a esa hora el sol ya estaba bastante bajo, las sombras se alargaban y
todo tomaba un color rojizo, sin embargo todavía quedaban un par de horas de
luz. Llegue a la entrada de la propiedad. Era una casa estilo americana
bastante venida a menos. Se notaba que en su tiempo alguien le había dedicado
esfuerzo y cariño ya que todavía podían distinguirse los restos de un cartel
tallado a mano, aunque el nombre ya era ilegible, y también los restos de canteros
ahora desbordados por la maleza. Las paredes estaban pintadas de lo que alguna vez fue blanco adornadas con
manchas de humedad que brotaban desde los cimientos como raíces de un árbol
viejo y grietas que se abrían como ramas desde las que asomaba alguno que otro
helecho seco. Quizás haya sido el frio
de agosto, o la luz de un sol sin fuerza o el hecho de que me encontraba lejos
de cualquier cosa familiar, pero toda la imagen me resultaba ligeramente
perturbadora. Era como si estuviese visitando un sepulcro olvidado en un
cementerio solitario.
Avancé a través del jardín frontal hacia la
pequeña galería de entrada, esquivando en el camino pedazos de botellas de vino
rotas y los restos de lo que parecían ser juguetes viejos. Una extraña mezcla
que el azar y el tiempo permitían coexistir en armonía evocando, en un instante
y simultáneamente, la historia de quienes pasaron y dejaron su marca en el
lugar. Al llegar a la puerta me asomé a una habitación pequeña y bien
iluminada. La luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas, ya sin
cristales ni persianas, y proyectaba
sombras tenues sobre las paredes recubiertas con un papel tapiz amarillento y
desgajado. Por un momento pude percibir,
a través de la distancia que crea el
tiempo, la calidez que de debió sentir un visitante al entrar por primera vez a
este lugar. El color que los años habían impuesto sobre los muros tapizados y
el tinte que le agregaban los rayos de sol, hacía pensar en esas viejas fotos
que uno ve en museos y libros de historia creando una atmosfera de distante y onírica
irrealidad. Me sentí como en un portal entre dos mundos superpuestos que
habitaban el mismo espacio, uno que se desvanecía lentamente en un irremediable
y melancólico espiral descendente y otro que persistía, intangible y siempre
presente, esperando ser percibido y recreado en el alma de quien lo
contempla. Un mundo diferente para cada
visitante construido a través de las imágenes, recuerdos, sensaciones,
pasiones, carencias y vivencias del espectador, un universo que toma una forma
única y personal..
Caminé
sobre el suelo de granito cubierto de polvo y escombros con una ansiedad
creciente. No entendía muy bien porque, realmente, no había razón alguna para
estar nervioso. Pensé que podía ser el
frio, o la soledad y el silencio, o la penumbra que se adueñaba del lugar, o quizás
algún miedo infantil a lo desconocido;
Pero en el fondo yo sentía que había algo mas, algo a lo que todavía no le
podía poner nombre, sin embargo estaba presente y con cada paso se hacía más
fuerte. Cruce sin darme cuenta por la habitación hacia
lo que parecía ser una cocina, donde todavía se veían los restos de
vajilla esparcidos entre el polvo y las piedras. No había mucha luz. Deambulé torpemente por el recinto hasta que
puede ver una abertura que daba a un
pasillo oscuro. A esta altura el sol ya
se había ocultado detrás del horizonte y
solo quedaban los últimos reflejos que
dan paso al anochecer. Me asomé en la
oscuridad y a la distancia pude ver una gota de luz que escapaba por una
rendija. Caminaba temeroso y confundido, como si estuviese iniciando un viaje
sin retorno, o cruzando por un lugar prohibido. Me sentí estúpido, pero no
podía dejar de apretar los puños con fuerza. Choqué con lo que parecía ser una
puerta de madera, podía sentir el sudor
frio en la palma de mis manos, mi corazón estaba acelerado y mi cabeza
ofuscada. Empuje hacia adelante y un
crujido que invadió el sepulcral silencio en que estaba inmerso, detuvo mis
latidos por un instante. Apreté mis parpados y trate de no pensar.
Abrí
los ojos y por un momento suspire aliviado. Era otra habitación vacía. Sin
embargo, había una pequeña diferencia, casi imperceptible, pero
devastadora. En una de las paredes
tapizadas habían quedado grabadas por el hollín, las siluetas de los muebles
que alguna vez reposaron sobre la misma.
Esto no cambiaba el hecho de que la habitación estuviese vacía, pero estos contornos anunciaban, como
espectros del pasado, que algo estaba ausente.
Y esa ausencia, ese vacío, era aterrador. Esas siluetas, se presentaban como la forma
material del vacío, como la representación concreta de la ausencia, aquello que
no es, pero que es, ya que no escapa al ojo del alma. Esta inesperada
revelación, produjo lo que todo descubrimiento nuevo produce, la capacidad de hacer
visible lo invisible, y de esta
forma, pude ver la infinidad de siluetas
que había cruzado en mi camino desde el
comienzo hasta llegar a donde estaba. Descubrir es percibir diferente, y una
vez que esto ocurre, ya no hay vuelta atrás. Finalmente entendí el miedo y la
angustia sin nombre que sentí al entrar a esa casa vacía.
Me
aleje sin revisar el resto de las habitaciones y sin mirar atrás. Mientras
viajaba en el tren de regreso, sonó el
teléfono. Atendí por reflejo; - Hola,
soy Juan ¿Encontraste algo en la casa?
Dude por un instante, pero entendí a que se refería - No, no encontré nada.
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